viernes, 28 de septiembre de 2012

Everytime I go to sleep.

Al principio es como una puñalada o cómo una imagina que debe ser ese dolor sordo, profundo, desgarrador, de un filo metálico hendiéndose en la carne, de golpe, hasta la empuñadura. Parecido a un abandono o a la locura o a un darse cuenta o solo celos.
Después, no tardando mucho, apenas 24 horas, una se acostumbra  a ese filo que queda dentro, a que se hienda más o menos según te muevas, según se muevan. A sabiendas de que es solo tu inmovilidad la que desangra. Incluso a andar por él sin saber en realidad lo que te juegas, o si siquiera hay algo aún que jugarse. O relativiza o empieza a razonar o vuelve en sí o analiza. Y entonces concluye que existe: la supervivencia (que es ahora más que nunca lícita) las oportunidades, otras personas, otros corazones, otras vidas posibles, la felicidad en cada una de ellas. Que la vida sigue y aquí nadie es imprescindible. Y lo comprendes. Comprendes eso, y  que nunca, nunca, nos conocemos del todo y que siempre, siempre, callamos cosas. Las más importantes.

Llevo prácticamente desde que volví al Oeste sumergida en una rutina anodina de ma-me-mí conmigo. Del trabajo a casa. De casa al trabajo. Poco contacto con el exterior. El (in)necesario por el trabajo. Aunque voy a tener que agradecer, al final, tener este curro de mierda, que me obliga a relacionarme con el resto de la humanidad, porque yo, muchas veces, la mayoría de las veces, preferiría estar dentro de una quesera de cristal gigante, seleccionando con quién sí o quién no interactúo. Qué si me aburro y me desespero. Pues claro, pero estoy en bucle. Qué si no me soporto a veces (muchas veces, la mayor parte del tiempo) pues también. Qué si es una pérdida de tiempo. Pues sí, pero ya llevo tanto perdido. Qué si lo siento. Qué si  lloro porque sé que cada milésima de segundo que pasa me aleja. Qué si me duele. Qué si pienso. Qué si imagino otra vida que no es la mía. Qué si echo de menos.  Sí. Sí. Sí. Sí. Sí. Sí. Qué si esto me lleva a algún sitio, a cualquier sitio. Pues por supuesto que no. No me lleva a ningún sitio físico distinto, pero me voy reencontrando (o no) a pesar de la ansiedad disparada como la flecha de Robin Hood, pero sin encontrar manzana que la frene.

Hay días (muchos, más noches) en que me da miedo estar sola. No sola de sin gente a quien recurrir. No sola de que no me quieran. Me da miedo estar sola, de sola.  Una.  Sin nadie. Entre los muros, anchos, de esta mi casa. Me da miedo cuando siento ese desasosiego que creo no poder  controlar. Me dan miedo las locuras del pensamiento en ráfagas. Entonces, cierro las manos, aprieto los puños y deseo (como si me fuera la vida en ello) por primera vez en mi vida, unas uñas largas para clavarlas en las palmas de mis manos, con fuerza, de golpe, hasta la yema, como el filo de una navaja, que me desentuma,  y me haga sentir que estoy viva o algo distinto a lo que siento a diario o whatever.

3 comentarios:

  1. Todo eso solo lo cura el tiempo. Quizá sea lo que necesitas, entonces... Que vaya pasando... Con paciencia...

    Un beso.

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  2. Por momentos, creí leerme...
    Un saludo

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