miércoles, 2 de marzo de 2016

Esto también pasará, E

A la una del mediodía se nos había olvidado cambiar el mes y el día en esa cartulina que desde hace 20 días permanece pegada en la pared, a los pies de su cama. La misma cartulina que ha estado durante un mes en la UCI. El día y el mes sujetos con cinta adhesiva decorada con hipopótamos de colores (del mismo modo en que pende la vida), para por si acaso en algún momento tuviera el suficiente nivel de conciencia para saber en qué día vive o siquiera si es de día o de noche. 
29 de Febrero era hoy, todavía, a la una del mediodía. Arrancar el día y el mes pensando que la última vez que nos reunimos todos, tal como eramos antes, fue el 31 de diciembre. Entonces brindábamos con un cava especial que él, siempre tan detallista, había traído para la ocasión. Brindábamos entre risas; alegres por tenernos, por estar, por poder juntarnos como tantas veces. Brindábamos, por éste año bisiesto que nos íbamos a comer. Qué ignorantes. Qué infelices ignorantes. La realidad es que es el año el que nos está devorando.
La vida es una mierda. Una grandísima mierda traicionera.  Hoy me gustaría escribir sobre las mismas gilipolleces de siempre: que si me quiere que si no me quiere que si se va o se queda, sobre el trabajo, el cansancio, sobre sueños que no consigo porque no me propongo, sobre si era feliz o dejaba de serlo, sobre ese pozo de insatisfacciones en que transformamos la vida cuando lo tenemos todo. Esas mismas sobre las que me lamentaba en mi plácida vida cuando el 11 de Enero sonó el teléfono. El día antes había quedado para comer con ellos, diluviaba y al final me quedé en casa, ahora lo lamento. Un día después no saber si A., iba a seguir siendo, después no saber si A. va a volver a ser A. Después de todo este tiempo: impotencia, incertidumbre, angustia, miedo, desesperanza, desolación, una pena negra y profunda. No saber, lo peor es no saber. Se terminan los recursos para sostener a E, pero aún así hay que buscarlos, inventarlos a diario. La vida sigue. No se para nada ahí fuera. La empatía desaparece con el tiempo. El hombre es un lobo para el hombre. El tiempo va colocando a las personas en su lugar. Una no sabe cómo seguir levantándote, E. Esa sensación tan frustrante de no poder hacer nada más que estar como estamos. Esa sensación aún más frustrante de no poder estar físicamente a todas horas porque la vida, aunque todo lo demás ya no importe nada, sigue. Cómo suplir la ausencia de un padre, cómo hacer que N y J, no sufran. El dolor de mirarles, el teatro de que no está pasando nada, el querer protegerlos por encima de todo. Cómo serán ellos después de esto. Cómo conseguir que sigan siendo niños felices. Es todo tan descorazonador, tanto...
Agarrarse a la mínima esperanza, y no caer aún más cuando E. cuenta que aún hoy en ese corto espacio de tiempo que separa el sueño de la vigilia, antes de elaborar cualquier pensamiento, cree que su vida, la de A y la de sus hijos sigue siendo la de antes, que nada ha cambiado. Después, el hachazo.
La vida, esa gran cabrona, esa fiera sin escrúpulos.