domingo, 17 de junio de 2018

Cáscaras

No soporto que en una comida o una cena informal se parta la barra de pan con la mano.
No soporto que nadie se corte las uñas, cortaúñas o tijera, en mi presencia. Detesto el sonido, porque debería ser algo íntimo y jamás compartido, pero no todo el mundo lo sabe y aún no sé por qué. No en mi presencia, por favor.
No soporto las limas de uñas, y si te limas las uñas y no me preguntas si me molesta, tú y yo, jamás compartiéramos nada relevante.
No soporto que se fume en el cuarto de baño.
No soporto la gente que retira la comida de un tenedor o una cuchara como con asco, dejando restos cada vez que lo lleva a la boca y los restos de vuelta al plato. Me da grima. No soporto la gente que no lleva el tenedor o la cuchara a la boca sino la boca al tenedor o la cuchara. Odio ese gesto de agachar la cabeza.
No puedo con la falta de educación, pero nada en realidad de todo lo que no soporto, que cada vez son más cosas con los años, es importante.

Somos cáscara, envoltorios, y lo realmente importante es lo que pasa por debajo de eso. Este envoltorio estará toda la vida. No fallará, lo sabemos, es la única certeza. Fallará el maravilloso mecanismo que mantiene el envoltorio.  Rasca, solo tómate el tiempo de rascar y verás las debilidades. No debería valer que contemos cuando no podamos más, que dejemos salir nuestro ser real, nuestras neuras,  hipocondría, lo que nos hace no dormir o despertarnos a las seis de la mañana y no volver a conciliar el sueño cuando estemos al límite. Hay algo en un momento determinado que nos hace pensar que estamos perdiendo la cabeza. Hay algo muy irracional en el dolor físico, en la idea de estar perdiendo la salud, sea así o no sea. Hay un tránsito de la incertidumbre a la confirmación científica  o no, de nuestros peores premociones que nos hace agarrarnos a la vida y desear incluso que alguien se corte las uñas en nuestra presencia.