jueves, 22 de diciembre de 2011

Síndromes.

Paso más de una hora en silencio. Sentada en el sofá. Enciendo un cigarro detrás de otro. Siento un frío que hace días no me quito de encima. Tengo el teléfono en una mano. Trato de reunir el valor necesario para hacer una llamada, mientras me pregunto cómo es posible haber hecho llegar la situación hasta este punto, tal vez, de no retorno. Soy consciente de que no es el valor lo que no reuno (que también) , si no que soy incapaz de vencer la vergüenza de no haber sido antes persona, de haber mancillado las palabras que alguna vez (entonces, sí) tuve el valor de pronunciar. Y es que es fácil, aunque parezca difícil, a veces, también decir. Ni reuno nada, ni la mucha vergüenza o la poca vergüenza me dejan más que al final enviar un escueto sms, para ver si la vida que hay al otro lado está despierta y emite alguna señal (una más, sí) o acaso duerme. Noto la sangre bombeándome en los oídos mientras espero respuesta. En la espera recuerdo en estos últimos días un sms que llegaba repetidamente, más o menos a la hora en que quien ahora (quizás) duerme salía del trabajo, cosas que en relaciones a distancia quien más quien menos ha vivido y que ayudan a ubicar a la otra persona, a pensarla en algún sitio conocido, compartido, en alguna ocupación mucho más grata que las que por obligación hacemos a diario en un entorno que la otra persona no suele conocer y es difícil de imaginar, pero aún así se imagina.
"Bip Bip" Tras el aviso de entrada del sms, cada día el mismo vuelco al corazón, pero cada día el mismo mensaje: e- Cuenta Open hasta 2% TAE. Siempre disponible. ¡Disfruta viendo crecer tus ahorros! (No se me ocurre forma mayor de disfrute). No sé qué espero tampoco cuando dadas las circunstancias no tengo que esperar nada.

Veo en la televisión una parte de un reportaje. Sale una mujer algo más joven que yo. Es guapa. Tiene Síndrome Químico Múltiple. Una reportera le hace preguntas de noche en una playa casi desierta, situada en algún punto de la costa valenciana. La reportera se tiene que situar detrás y a cierta distancia de ella que está más cerca de la orilla. Las dos casi en línea en contra del viento que sopla tierra adentro, para que de esa manera a Elvira (así se llama) no le lleguen los olores de los distintos productos químicos que la reportera haya podido utilizar en: su higiene personal, el lavado de su ropa, perfumarse, maquillarse, etc. En un momento determinado la reportera pregunta: "¿Recuerdas la última vez que te abrazaron o te besaron?" A Elvira le muda el semblante que se cubre de desolación. Pienso en lo cruel de la pregunta, porque si acaso ella, Elvira, había dejado de pensarlo por un momento, por un solo momento, la reportera se encarga de recordárselo. Pienso también que no me había pasado por la cabeza esa crueldad (una de tantas) con la que la vida le obsequia, asociada a ese Síndrome que no es reconocido por nuestro Sistema Sanitario como una enfermedad. Elvira comienza a llorar. El llanto es breve, pero duele. Responde: "No. No lo recuerdo".

Pienso si se acordará la última persona que la abrazó o que la besó de que lo hizo. Si al menos se acordará de ella. Pienso que debe recordar perfectamente cuando fue esa última vez, (o puede que no, porque entonces no pensaba que iba a ser la última vez de algo), pero para que entendamos que fue hace muchísimo tiempo, dice que no lo recuerda. Pienso que debe quizás recordar el momento, pero no las sensaciones. Me parece una crueldad de dimensiones siderales. Pienso en cuándo fue la última vez que abracé o besé, en cuando fue la última vez que me abrazaron o me besaron. Me echo a llorar porque comienzan a desdibujárseme las sensaciones. Pienso en qué pensará Elvira de gente como yo, que podría abrazar y besar, que podría (a lo mejor) ser besada o abrazada y no lo haga. No lo sea. Me comporto como si yo también tuviera un Síndrome, aunque al mío se le podría poner cualquier otro nombre, me viene así a bote pronto, Síndrome de la Gilipollez Múltiple o de Bloqueo Múltiple. Pienso que el día que Elvira tenga su tratamiento y pueda por fin abrazar, abrazará como pocas personas abrazan. Recibirá los abrazos y los besos con un agradecimiento infinito. Pienso por qué a veces no nos damos cuenta de lo que estamos viviendo, hasta que lo perdemos, de lo que nos regalan. Pienso que cada abrazo, cada beso son irrepetibles. Pienso que solo tengo ganas de plegarme sobre mí, hacerme un ovillo. Pienso que realmente gritaría con mi boca y con mi piel que tanto echan de menos. Pienso, pienso, pienso, y luego nada. Pienso en lo injusto que es todo.

Apago la tele. Enciendo otro cigarro. Permanezco más de una hora sentada en el sillón, en silencio, con el teléfono en la mano, como si eso fuera lo único a lo que aferrarme, como si eso lo único que me uniera a la realidad. Pienso en hacer una llamada. Busco un nombre en la agenda. Lo dejo fijo en la pantalla. Soy incapaz de pulsar la tecla de llamada. Retrocedo en el menú del móvil cuando la pantalla ha dejado de estar iluminada. Busco el mismo nombre en la agenda. Lo dejo fijo en la pantalla. Soy incapaz de pulsar la tecla de llamada. Retrocedo en el menú del móvil cuando la pantalla deja de estar iluminada. Busco tú nombre. No podría enumerar cuántas veces a lo largo de todo ese tiempo. Después, solo un "Bip" suena en algún lugar lejos de donde estoy, puede que encima de una mesilla. Pienso después, que ese sms puede ser recibido como el mensaje de publicidad del banco del que hablaba al principio, con la misma desesperanza, con la misma desolación. Pienso si no hago lo mismo que la reportera, si soy inconscientemente cruel como ella, y si al otro lado han conseguido olvidar o no pensar por un instante, por un momento, por un solo momento, no hago más que recordar lo que lacera.
Me voy a dormir tan indigna tan poco íntegra como últimamente. Sobre los hombros todo el peso de la conciencia, que otra noche es seguro no dejará dormir.

La propia conciencia es lo único de lo que no nos libramos.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Foto.

Veo una fotografía de algo en lo que tú formas parte, inmediatamente en el cuarto oscuro de mi cabeza aparece otra. Se mantiene fija bajo mi frente, detrás de los párpados donde aún permanece. Es la fotografía de una habitación con vistas que en un tiempo podría haber estado en una ciudad portuaria o ser posible en cualquier sitio que imaginaras. La luz tenue de una farola alumbra la estancia. Penumbra en naranjas-amarillos. Dos siluetas apuran lentamente cada una un cigarrillo. Humo. Silencio. Una de las dos lo rompe para leer, sin saberlo, el pensamiento de la otra silueta. Subtitular el momento. Escribe algo en voz baja-minúscula, suena parecido al principio de la descripción de esta instantánea ( ...podríamos estar en cualquier sitio... consciente, ahora, que eso nunca antes se sintió posible). El asfalto de la calle no es la arena de esa playa imaginada, pero tampoco nunca lo pareció tanto. Reconocerse en calma. Enmudecer después cada vez. Tener ganas de llorar, hacerlo en silencio, no enjugarse las lágrimas. Es verano. La ventana está abierta. Hay ruido en la calle. No canta ninguna sirena. Llegan claramente las voces de otros, los últimos noctámbulos. Carreras, risas, algún grito y también alguien llorando igual que tú unos instantes antes. Sonido de coches que circulan por otra calle. En un determinado momento de la madrugada antes del amanecer la ciudad también duerme igual que una de las siluetas...

Enmudecer.
Enmudecer.
Enmudecer.
Querer retener la voz que acaricia segura y cierta.
Retroceder. Dejarse. Deshabitar la calma.
Desear al asomarme a la ventana volver a observar ilusionada los hipocampos.


El corazón Polaroid, saca una y otra vez instantáneas de esa silueta aprendida. Permanecen, ahí, bajo los párpados rojos.