martes, 27 de marzo de 2012

En noches como esta.

Hay noches en que a una le cae la soledad a plomo sobre el pecho. (¡Bang Bang!). Noches largas e insomnes. Noches en que tu cuerpo es una botella de PET repleta de agua salada. Los ojos, bocas de botella que bajo la presión disparan los tapones que (a rosca) pensabas bien encajados. Un par de ojos abiertos en canal, redondos, derramando lágrimas. Noches en que no hay más penas porque es imposible.
Noches en que una piensa cuántas cosas callamos, y tal vez no deberíamos haber callado. Noches en que te planteas las distintas vidas que hubieras tenido si en determinados momentos no hubieras matado palabras en la garganta. Noches en que una es consciente de que no hay impunidad para esos crímenes diarios que cometemos. Noches en que una piensa que la vida es como un libro de: "elige tu propia aventura", y con solo cambiar una palabra u omitirla la (des)a-ventura es bien distinta. Noches en que una quisiera tener un antivirus que en determinados momentos avisara con un : "Operación peligrosa bloqueada". Noches de camas inmensas y habitaciones llenas de restos de naufragios que no caben en cajas. Noches en que una vuelve a dar vueltas a lo efímero que es todo, a la fragilidad de los sentimientos.

A lo lejos, sí, a lo lejos, se recorta una figura. Una voz cada vez más tenue que empieza a ser como si nunca hubiera sido. Es terrible y desolador ese modo en que se nos olvidan las voces.

Hay noches en que es la pena de las pérdidas la que vuelve. La pena de las pérdidas absolutas. La de cada una de las pérdidas que hubo. Hay noches en que una se pregunta si realmente valió nada la pena. Esa pena, que en noches largas e insomnes se pasea despacio, trae sombras de recuerdos de cada una de las batallas que perdimos en las que nos vamos dejando la vida a jirones. Esa pena, que en la sombra nos recuerda que no hay impunidad para quien asesina palabras ni para quien asesina con ellas.

jueves, 8 de marzo de 2012

Lo real.

He salido tarde del trabajo, quemada, muy quemada. No entiendo que el personal que dispone de doce horas y media diarias para venir, se acerque a última hora para ninguna urgencia, si no más bien alguna gilipollez. Supongo que la gente tampoco entenderá que a mí me entren esas prisas por irme, y se me tuerza un poco el gesto cuando les veo entrar por la puerta. Porque tampoco saben. Yo tampoco lo entiendo a veces. Total, qué son veinte minutos más perdidos en mi no vida.

Suelo pensar que ese tipo de gente que es capaz de atravesar la puerta cuando estoy cerrando: las luces apagadas, reja medio echada para que el personal no se despiste, nunca saben bien si la cueva está abierta venticuatro horas, pienso que así lo mismo lo captan. Bien, pues creo, que esa gente nunca ha trabajado cara al público. No tienen ni la más remota idea de como te puede llegar a torcer un buen día cualquiera de esos mal educados, prepotentes, que circulan por el mundo (que pueden ser ellos mismos). No hace falta que diga lo que pueden llegar a torcerte un mal día. Tampoco tienen ni idea de que la paciencia esa a la que hay que invocar con tanta, tantísima frecuencia cuando a diario hay que bregar con tanta gente tan distinta, ni al grito de: "Señor dame paciencia, pero dámela ¡ya!", vuelve. Con respecto a las prisas, con frecuencia observo a mi compañero, tiene 59 años y lleva 37 trabajando en la cueva. Sus prisas son parecidas a las mías e incluso mayores. Se pone de muy mal humor si hay algo que le entretiene y sale tan solo dos minutos tarde. Así que tengo perdida toda esperanza en que no me crispe quien sea que entre fuera de mi horario (quien dice crispe dice poner de mala leche, mal humor, mala hostia).


Es curioso que, por norma general son mujeres las que no tienen ningún reparo en entrar cuando estoy cerrando. Compran lo que sea y después se entretienen o tratan de hacerlo ( no invito mucho al entretenimiento a esas horas) mirando por ejemplo maquillajes, algún pintalabios o una puta crema que ni de lejos les va a quitar ni una sola de esas arrugas. No se ponen en ningún momento en tu sitio, en tu piel (yo tampoco en la suya, empatía cero bidireccional) en que pasan más de quince minutos de la hora de cierre, y ¡joder!, un pintalabios no es ninguna urgencia, y lo mismo llevas allí más de ocho horas e incluso nueve, lo mismo también llevas nueve días seguidos trabajando. Los hombres siempre preguntan: si pueden entrar, si les atiendes, incluso por la cueva más cercana de venticuatro horas. Piden disculpas, varias veces. Siempre vienen con urgencias reales. Vamos, del mismo hospital directamente, con el volante de alta. No vale pensar en que eso es porque: no se suelen maquillar, no se pintan los labios y se preocupan menos de las arrugas. Podrían hacerme perder el tiempo con cualquier otra cosa, porque aquí hay de todo, oiga. Es que van a lo que van y punto.

He llegado a casa de mal humor. He quitado la ropa del tenderero. He puesto la calefacción. He abierto un botellín de cerveza, Mahou, siempre. He dado un primer trago largo que me ha sabido a gloria. Me he dado una ducha. Preparando la cena me he tomado una copa de vino blanco y otra más durante la cena. No suelo beber vino, me amodorra sobre manera (es genético) pero supongo que hoy es lo que quería. Olvidarme un poco del día, que me entrara sueño, que no hay forma ni áun después de haberme resignado a abandonar mi adicción nocturna a la Coca-Cola.

He conseguido sentarme a cenar a las once y doce de la noche, después de haber permanecido más de 7 horas seguidas de pie. Me senté para comer a mediodía aunque me tuve que levantar creo que hoy fueron, solo ocho o nueve veces. Fue un buen día en ese sentido. Eso no son más que los gajes de tener que comer en el sitio en el que se trabaja, mientras se trabaja. He engullido la cena (igual que hice con la comida) porque tenía hambre y lo que quería era llegar a este preciso momento, en que por fin me puedo dedicar un poco a mí. No gran cosa, sentarme en el sofá, fumar con tranquilidad, y no hacer básicamente nada. Bueno, sí pensar, aunque eso a veces no es gran cosa.

He hablado contigo, y me he reído. Me doy cuenta ahora que son las únicas risas a lo largo del día. Me gusta reírme. Me gusta oír tu risa pese al cansancio de estas semanas en las que casi todo lo ocupa el trabajo. Hoy no me hizo reír nada más. Nadie más. Es posible que algún amago de sonrisa, incluso alguna real en respuesta a alguna de esas sonrisas que la gente te regala al tiempo que te da las gracias. Hay sonrisas preciosas. Hay muchas veces que en vez de responder con una sonrisa, diría: "Tienes una sonrisa preciosa. Gracias."

Pero la sonrisa que a mí me puede parecer preciosa a cualquier otro puede no parecerselo e incluso resultarle una mueca. Creo que siempre, en todo hay dos puntos de vista, al menos o como poco. Dos maneras bien distintas de vivir las mismas situaciones, de luego recordarlas. Dos vivencias distintas, siempre. No me deja de parecer curioso que dos visiónes sobre lo mismo disten tanto. Me hace pensar que aún conviviendo, estando en el mismo barco, mis viviencias serán siempre bien distintas a las de quien quiera que sea que comparta conmigo la vida en ese momento. Que una historia son siempre dos, y es harto complicado que sea una, bueno, sí, cuando el barco no hace aguas la historia es siempre una, o no, tal vez tampoco. Es posible que solo entonces pueda parecer la misma historia. Me trae un poco loca ese pensamiento. Porque, ¿no será posible que con el viento en popa y a toda vela (y cuando el viento no está en popa también) lo que yo viva sea parecido a lo que viva quien sea que esté?. Me hace pensar que cada uno vive lo que quiere, incluso a veces irrealidades. Me hace pensar y preguntarme: ¿qué es realmente lo real? ¿mí realidad? ¿la tuya? ¿ninguna de las dos?. Y en esas ando.

Mientras en la tele hablan de labioplastias. (Remito a las imágenes de google a quien pueda interesar.)

Y me vuelve a la cabeza una frase que leí en una crítica a "Cautiva", de Brillante Mendoza, que se presentó en la Berlinale este año, y protagoniza Isabelle Huppert (que me gusta esta mujer, mira tú). No recuerdo el nombre de quién la escribió, y tampoco encuentro el enlace, pero creo que estaba sembrado.

"Lo real es lo que recordamos después de haber olvidado las historias"

Es posible que tan solo se trate de eso. Olvidar.