jueves, 23 de febrero de 2012

Tras un día perdido.

No sé cuántas veces esta mañana después de haberme levantado, he pensado en tirarme al suelo y quedarme ahí, quieta. Porque necesitaba un punto de apoyo mayor que el que me proporcionaban mis pies, porque tenía miedo de caer y una no puede caer más bajo que al suelo (bueno, a veces sí) porque necesitaba sentir aún más frío o comprobar si es posible sentir más, porque me dolía el pecho y hasta respirar, y no había a quien abrazarse. El caso es que al final no lo hice porque me visualicé: mi cuerpo un bulto en azules, un contraste sobre la tarima marrón, o camuflado sobre el suelo del cuarto de baño y me parecí más absurda ( si es posible) que nunca.

Me he acordado de mi madre. He tenido ganas de llorar: antes de acordarme, después de acordarme.

He desayunado, poco, mal, obligándome con el estómago en un puño. Tengo que volver al Cola Cao, el Nesquik fue una concesión que ahora no tiene sentido.

He conseguido meterme en la ducha. En en el pensamiento se convirtió en el único salvavidas de ese momento que estaba viviendo, pero luego no lo fue, quedé limpia, con la yema de los dedos arrugadas y los empeines rojos por el agua excesivamente caliente, pero el malestar continuaba.

Se hizo eterno el tiempo hasta ir al trabajo. Se hizo aún más eterno el tiempo en el trabajo.

Es curioso como el malestar físico es como una goma de borrar de nata que borra todo. De repente la única prioridad, el único pensamiento, encontrarse bien. Miento si digo que el único pensamiento, también pensé en ti.

Me acordé de nuevo de esto:
"Una de las cosas que había aprendido en la vida y en la que esperaba poder apoyarse, era que un dolor más grande disipa otro menor. Una tensión muscular desaparece ante un dolor de muelas y un dolor de muelas ante un dedo aplastado. Confió - era su única esperanza ahora - en que el dolor del cáncer, el dolor de agonizar, disiparía los dolores del amor. No parecía probable.
Cuando el corazón se rompe, pensó, se parte como la madera, a lo largo de toda la longitud del tablón. En sus primeros días en el aserradero había visto a Gustaf Olsson coger una pieza de madera sólida, introducir una cuña e imprimirle un pequeño giro. La madera se partía de un extremo a otro, a lo largo de la veta. Era lo único que se necesitaba saber del corazón: dónde estaba la veta. Entonces, con un giro, con un gesto, con una palabra, podías destruirlo."

La historia de Mats Israelson. La mesa limón, Julian Barnes.

Esta vez no es que no fuera probable, es que fue. Un dolor real en el pecho, disipó todos aquellos otros que aparecen de vez en cuando también más o menos ubicados en el pecho, debajo de la piel, de las costillas, debajo del esternón. Tan frágil todo.

He pasado el día como he podido, diciéndome que si se está para unas cosas se tiene que estar también para otras, no me he convencido mucho, pero el día pasó. Es lo único seguro que tenemos en la vida, que los minutos, las horas, los días pasan y nosotros con ellos mientras estamos. Así que ese tiempo que dedico a la cuenta ajena para aumentar la propia también pasó.

He ido al parking a arrancar el coche, para que no se quede sin batería, hace un tiempo que no lo muevo, un día me empezó a dar miedo o llámalo inseguridad. He puesto la calefacción 29,5 ºC y aún con frío. Me he quedado allí casi a oscuras con solo las luces anaranjadas del salpicadero. He escuchado tres canciones de un CD en el que se detuvo el tiempo hace ya meses.

He venido a casa. He sacado la basura. He recodigo la ropa tendida en el patio que estaba más humeda que esta mañana cuando la tendí, no me termino de hacer a este clima que produce el río, y aunque tengo casi una tesis doctoral hecha con respecto a qué días se puede y qué días no, tender fuera, a veces fallo, como hoy. He cenado. Me he puesto una capa más, creo que llevo cinco. Me he tumbado en el sillón tapándome con una manta y te he llamado.

Después me he quedado pensando que no quiero saber dónde está la veta de ningún corazón (aunque sé dónde está la del mío) que no quiero con un gesto, con una palabra, con un giro, destruir ningún otro.