jueves, 14 de abril de 2016

"Dulce introducción al caos"

Odio el olor del jabón antiséptico que contienen los dispensadores, de la habitación y el pasillo, y lo pegajoso de las manos.
Odio el piloto de encendico de la tele cambiando del azul al naranja intermitentemente durante toda la noche, sin posibilidad de poder desenchufarla, salvo arrancando el panel que cubre los cables y luego los cables. Un día...
Odio los ascensores del hospital, la gente apelotonada en la puerta, la mala educación, las mismas conversaciones sobre que si se borran las plantas seleccionadas si bajamos. El "qué me va a contar a mí si llevo aquí un año" o cosas similares. Odio también a todos a los que no silencian los móviles.
Odio el sensacionalismo  de los familiares que buscan conversación en los pasillos para contarte lo peor de lo peor, todo desaliento. Odio decir que a estas alturas huyo de eso y solo miro de frente, no a los lados.
Odio a todos a los que habéis votado al PP y todos los recortes en sanidad que eso nos ha traído. Os deseo una estancia larga en cualquiera de los hospitales públicos para que lo viváis en primera persona. Después, si eso, seguid votándoles.
Odio tener que haber aprendido que si algo va mal, primero tengo que comprobar que todo está conectado y después que lo está donde tiene que estarlo, y luego ya si está todo correcto, pulsar el botón rojo. Odio tener que reconocer que si yo tuviera ese tipo de despistes en mi trabajo, me costaría algo más que el puesto, a lo mejor una vida, pero yo no soy funcionaria.
Odio la desorganización, y a los neurocirujanos, esos dioses con pies de barro de ego enorme, a los que en tres meses no he visto ni coger un fonendo. Son capaces de hacer una operación de la leche y dejar que te mueras por una complicación menor.
Odio saber que no les valoran por la atención al paciente, y si te mueres pues te has muerto, peor para ti.
Odio que no exista una Unidad de Cuidados Intermedios en todos los hospitales y sentir que estaríamos vendidos si no fuera porque un médico intensivista, que sabe todas las carencias que existen aquí, se ha ocupado de que te asignen un internista.
Odio el sonido del carrito, y los pasos de los auxiliares y los celadores, por el pasillo.
Odio la imposibilidad de tu descanso, y a las enfermeras encendiendo las luces, todas las luces, como una feria, de madrugada. A la 1:00, a las 5:30 y  a las 7:00, antes del cambio de turno.
Odio los fines de semana y los festivos, donde hay aún menos personal que está saturado de trabajo y todo son prisas y despistes. No enfermeis jamás en esos días.
Odio ver desde la habitación el ala de esta séptima planta destinada a la Unidad de Ictus, y que haya movimiento por las noches. El sonido de las camas en el pasillo, los sollozos de los familiares desapareciendo de mi campo visual conforme se van derrumbando, literalmente. Ayer murió alguien. Sacaron primero la cama de la compañera de habitación. A la hora sacaron la cama de la persona que murió cubierta con la sabana. En menos de una hora pasaron a limpiar la habitación. Eso es todo. Toda una vida desinfectada.

Odio no haber sido capaz de pensar en música hasta hace un momento. No cantar hace tanto tiempo, algo como esto a grito pelado, que puede ser lo último (es lo último) que cantamos en el coche, hace más de tres meses.
Nos sigue sin salir la voz del cuerpo.