miércoles, 25 de enero de 2012

Huecos.

Si cada vez que mis manos, mis brazos, mi piel echan de menos. Si en la palma de mis manos no hubiera huecos. Si mi cuerpo se ciñera de nuevo a tu cuerpo. Si mis brazos no se extendieran, en el imaginario, intentando aferrarse al recuerdo. Si no se contrajeran, si luego no se contrajeran. Si a base de manotazos todo este espacio, todo este tiempo. Si la piel no me doliera. Si no me doliera la ajena. Si este cuerpo desmadejado. Si estos añicos por dentro. Si este frío. Si todo este frío se fuera por cualquiera de esos huecos.

jueves, 19 de enero de 2012

Bolachas.

He comprado una caja de galletas Cuétara. Mi abuela materna era de Aguilar de Campoo, allí estaba situada antes la fábrica, después las empezaron a fabricar no sé bien donde, podría buscarlo en google, pero me da pereza. Ahora parece ser (lo leo en la caja) que es en Barcelona donde las producen. Trato de reencontrarme con algo de lo que fui en algún momento. Teodora, así se llamaba mi abuela, traía siempre que volvía de allí, después de haber pasado unas vacaciones, que no necesariamente tenían que ser en verano, cajas y cajas de galletas: las clásicas María, surtidas, y unas cajas azules de bizcochos que eran mis preferidos, por llevar la contraria a mis hermanas. Era frecuente que no me gustara lo que les gustaba a ellas porque era muy de niñas o de blandas o ñoñas, así pensaba entonces. Así me privé, durante toda la infancia, de comer ganchitos optando por las patatas fritas, o Fanta de Naranja y en su lugar bebía Coca-Cola. (1)


(Recuerdo Aguilar de Campoo, de un par de viajes al principio de la década de los 80. Lo recuerdo como un circo. Estaba mi tía abuela África a quien mi hermana pequeña mientras la tenía entre los brazos le arrancó la peluca dejándonos ojipláticas, la primera mujer calva que veíamos, aún más asombradas y mudas - cualquiera abría la boca - nos dejó su habilidad cazando moscas al vuelo que después decapitaba con las uñas. Estaba también su marido Alberto, al que llamaban el 21, porque tenía seis dedos en una de las manos. Estaban Paula y Blanca, primas hermanas de mi madre, una con una nariz que haría, a día de hoy aún, sombra a la de Cyrano de Bergerac, y la otra con una protuberante deformidad en la espalda. Esperábamos con ansía ver sobrevolar la estancia a la mujer bala en cualquier momento, pero no pasó ¡cachis! Recuerdo también que mi madre no consintió en ningún momento que comiéramos ni bebiéramos nada que nos ofreciera la mujer calva con nombre de continente.¡Gracias, mamá!)

(1) Me he dado cuenta de que nada es recuperable, de aquel entonces solo guardo los recuerdos (los que por lo que sea he seleccionado) muchos de ellos ni siquiera son claros, no logro ni distinguir con nitidez la cara de mi abuela, es una imagen vaga, imprecisa. Recuerdo: las gafas, el pelo, la boca, las manos, no sabría describir la nariz aunque sé que era grande como la de mi madre. No recuerdo su voz, aunque sí su sonrisa probablemente porque cuando murió supe que había llevado dentadura postiza desde muy joven (antes de cumplir los cuarenta) yo nunca lo hubiera dicho, aunque con razón siempre me pareció que tenía una dentadura perfecta.

Las galletas no son las de antes, igual que yo no soy la misma persona de aquel entonces ni de un entonces más cercano.

Hoy he pensado en ese último momento en solitario el domingo por la tarde antes de que sonara el telefonillo por primera vez. Mucho antes de que ese silencio comenzara a llenarse primero de voces de gente afectuosa y amable de ojos que sonríen, después de música, que no me quedé a escuchar, ni siquiera a ti a la guitarra eléctrica, y quién sabe si algún día. Tú tumbada con la cabeza sobre mi regazo, pensando no sé bien qué, tal vez tratando de disipar alguna sombra, yo asentada sobre mis sombras pensando también. Pensé lo que pienso con frecuencia ultimamente, que me vence el hastío, el cansancio, la pena, de toda y cada una de las cosas que aún no se han desdibujado, de todos esos recuerdos que no he seleccionado todavía. Me tiran. Me levanto como en una ensoñación, pero eso tan solo dura el tiempo en que se da un chasquido. De tanto caer y levantarme, no es solo el equilibrio físico lo perdido. No me reconozco en la persona que soy ahora, debería empezar a hacerlo, a dejar de hacer como si no pasara nada, porque sí pasa y porque por ahora "así tenemos que entrar y salir" aunque eso me entristezca profundamente, pero menos que lo que me apena pensar que en el mientras tanto se pierda otra frescura que no es mía, otras ganas, otras ilusiones, y que la poca fuerza que yo pueda tener sea tan solo de arrastre. Hay sitios a los que jamás, jamás quise/quiero llevarte.



Se puede leer:
Cuétara.
SURTIDO.
El auténtico.

Y en la esquina superior izquierda:
¡RENOVADO!
¡NUEVAS GALLETAS!

¡Y eso es una estrategia de venta! ¡Marketing! ¡Yuju! No está todo perdido.

Tal vez todo sea tan sencillo, tan complicado, como eso. Dejar de echarse de menos. Renovarse. Hacerse nueva y seguir siendo "La auténtica". Porque nunca volveré a ser la persona que soy en el instante en que escribo esto.
Quiero ser una galleta.