domingo, 5 de agosto de 2012

Liberando espacio.

Solo a fuerza de enfrentarnos a nuestras fobias conseguimos superarlas. Solo a fuerza de enfrentarnos a nuestros miedos. (1)

La casa de mi madre es como una caja fuerte en la que nadie puede entrar a robarnos lo que somos. Es el único sitio, del mundo mundial, en el que me siento a salvo de todo.
Mi madre, se crió en Usera, un barrio de Madrid. Es una de las personas.  No. Es la persona más clara que conozco hablando. Es tan clara, tan poco decora nada de lo que dice, que a veces duele. Hay que conocerla para que no te deje muerta en la bañera.  Mi madre  se casó con 24 años. Hasta cuatro años después no se quedó embarazada. En aquel entonces todo el mundo le decía que no valía para tener hijos (desde luego que hijos no, muy a pesar de mi padre, pero hijas hasta cuatro) ¿A nadie se le pasaba por la cabeza que era mi padre quien podía tener un problema? Ella era joven y callaba. No se podía poner  en entredicho la hombría de mi padre, aunque no había ningún problema en considerar (mayoritariamente eran mujeres, satisfecho dichosas al cumplir con su labor de hembras, pariendo, pariendo y pariendo, quienes lo hacían) que si casi la única función de la mujer era la de  tener hijos, si mi madre no era capaz de tenerlos no valía para nada. Bien, pues mi madre tiene una teoría con la que nos reímos mucho, que le sirvió para explicarse en su día el hecho de que yo,  su segunda hija, sea lesbiana.  Mi padre tuvo que seguir un tratamiento, tomaba unas pastillas, que mi madre no ha sabido explicarme nunca bien para qué eran, supongo que ni ella lo sabía, probablemente fueran para aumentar la movilidad de los espermatozoides aunque no estoy segura de esto. Mi padre comenzó y concluyó el tratamiento la primera vez. El resultado fue mi hermana mayor. Comenzó y no concluyó el tratamiento la segunda vez.  (Es debido a eso que pasó algo, según mi madre) El resultado fui yo. La tercera y cuarta vez no hizo falta tratamiento. La culpa fue  por tanto de mi padre (Pepe, se llamaba) y ella esperó a echársela cuando él ya no estaba.  Supongo que mi madre necesitó un tiempo para asumir. Tal vez en ese tiempo necesitó buscar responsables y explicaciones peregrinas.  Es de lo más humano. Tantas veces pasa asumir, para asumirnos las buscamos.
Mi hermana pequeña T, me contó la última vez que estuve en Madrid, que había escuchado una conversación telefónica de mi madre (casualmente y sin que ella lo supiera)  con una amiga de mi padre de la que se perdió un poco el rastro cuando mi padre murió. En la conversación (típica de madres)  hacía un resumen de la vida de sus vástagos. El resumen de la mía, no sé si decir que es desolador:
 -  S. -  contaba mi madre - está viviendo en el Oeste. Se fue detrás de un amor, pero los amores le duran poco. Porque antes también estuvo en el Noreste, detrás de otro amor, y...
 Y bueno, que esa es a groso modo toda mi vida.
 Me da pena en este momento si pienso en mi madre. Me da mucha pena: contarle, no contarle ( no sé qué más) que haya algo que no salga bien, que ella sufra, estar lejos. La gente que quiero, que realmente quiero,  está toda lejos. Eso es así. Así ha sido los últimos años,  pero una no se para a pensarlo porque si lo hiciera sería consciente de todas las vidas que se pierde a diario.
Volveré este mes a Madrid, como un previo a la vuelta definitiva.

Mi ordenador hace dos copias de seguridad diarias. Llenan todo el espacio libre del disco duro el mismo número de veces al día, eso son,dos. Cuando eso ocurre todo empieza a ir lento e inmediatamente aparece una pestaña en la parte inferior derecha de la pantalla: "Poco espacio en disco duro. Libere espacio." Y es fácil: C:/ ProgramData/ Backup/ BackupRepository /Editar /Seleccionar todo /  Borrar. A veces le doy tantas vueltas a todo, que no sé si no hago más que hacerme copias de seguridad sobre las que vuelvo una y otra vez, pero nunca me libero espacio. Me pido una pestañita de esas. Una ruta sencilla para desaturarme cuando siento que no tengo espacio y de tan lenta no avanzo.

(1) Me he acostumbrado a las cucarachas: al sonido que hacen sus asquerosas patas al contacto con el yeso del falso techo del cuarto de baño, al del golpe contra el suelo cuando caen, a sus cuerpos agónicos patas arriba, a encontrarlas muertas en grupos de hasta seis (no sé por qué, es un fenómeno que aún no me explico ¿alguna sugerencia?) en un barreño rojo que hay en el patio. Pienso que no es todo lo anterior lo malo o lo peor, si no la certeza de que una acaba acostumbrándose a todo.
Una vez alguien me dijo: "Eres un pozo de insatisfacción permanente". Estaba tan equivocada entonces como pudiera no estarlo en este momento. Una también se acostumbra a fuerza de echarle muchas ganas a todo lo que ilusionaba,  y a no conseguir salir nunca en la foto o si acaso sí, en segundo plano o como un ectoplasma, mismamente. Una se acostumbra decía, a falta feedback, a dejar de echarle nada a todo y a ser un poco pozo, sí.
Ese mismo alguien me dijo también, que la primera ocasión en que me veía disfrutar verdaderamente de algo, era la primera vez que me veía conducir. Creo que hubo alguien que estuvo mucho tiempo, que no llegó a conocerme (si fue así, eso no solo fue cosa suya) o sí, tal vez llegó a conocerme demasiado porque después de un tiempo le cogí miedo también a conducir y hasta el momento apenas lo hago.
Es posible que el miedo mayor de alguien sea a ser feliz. ¿Es posible? -  me lo pregunto. Es posible que alguien se niegue la felicidad. Y si es así, cómo se enfrenta una a diario a algo ausente  para superar el miedo. No va a venir la felicicad a hacer ruido con sus patas. No sabré cuál es el sonido que acompaña a la  felicidad saliendo del techo. La felicidad no se golpeará  contra el suelo mientras me cepillo los dientes.  La felicidad no moverá sus extremedidades patas arriba agonizante. La felicidad simplemente no nadará en ningún barreño rojo.
El miedo verdadero, el verdadero miedo, es a la incapacidad de hacer feliz a alguien.  Porque yo también he tenido pozos a mi lado. He dormido y he hecho el amor con ellos  y conozco cómo el brillo de una sonrisa da paso a la boca más negra.