domingo, 28 de agosto de 2011

Las ciudades son con quien las habitamos.

Se acortan los días, igual que se va acortando casi hasta agotarse este tiempo en el que vivo, este presente de franqueza, de realidad, de cosas ciertas, de sentir que todo es posible.

Ir a pecho descubierto como quien no espera nada, como quien hace tiempo borró la palabra expectativa, como si una fuera valiente, como si una fuera. ¡Bang bang!. Impactada. Sin retroceder, sin pensarlo pongo el otro lado del pecho: ahora, dame aquí, digo, al tiempo que señalo con la mano, y sigo avanzando.

La vida que a veces es un melodrama, y otras veces comedia ligera, abre sus brazos, te los muestra: nada por aquí, nada por allí - parece decir - y en uno de esos trucos de magia que generan ilusión se saca de la manga un oasis, en medio del desierto (que ha sido el decorado ajado de un pasado reciente, presente aún) y lo deja caer despacio muy cerca de tus pies. Se te ofrece generoso un refugio sin parapetos, sin arena en los ojos de noche, una realidad en que salvarse, en que volver a creer, en quien volver a creer.

Recuerdas, y sabes que no vas a olvidar que has viajado en el espacio sin moverte del sitio. Un sitio ubicado en una casa en concreto, en una planta de un edificio de un determinado portal, que da a una calle cuesta arriba o cuesta abajo (según el sentido en que se tome), que se continúa con otra calle, hasta ir a parar a una larga y conocida avenida de esta ciudad. Tienes que recordar todo eso, porque hubo un momento en que ese cuadrado delimitado con sus paredes, su techo y suelos blancos, bien, pues ese cuadrado que a su vez contiene un cuadrilátero en el que nunca tirar la toalla, podía haber estado en cualquier casa, planta, edificio, portal, calle, cerca de cualquier gran avenida de otra ciudad, incluso a orillas del mar.

Vámonos al mar - fue dicho unos minutos antes. Y lo conseguimos sin movernos. Dicho y hecho como quien dice.



sábado, 20 de agosto de 2011

El origen.

En la casa-ginecéo se me escapan las angustias, las penas no me parecen tanto aunque sean, consigo sentirme en calma y hasta me dejo mecer. Hay un perro rabioso que deja de estar agarrado a la boca del estómago y ahora le ladra a la luna. Hay un esfuerzo conjunto, sabido, reconocido (por todas) a todas las mujeres de esta casa con el que se superaron épocas. Hay un no cuestionarse en nada. Hay afecto, ternura y cariño. Hay abrazos centrípetos que consiguen reconciliar con la vida. Hay besos, caricias y risas. Hay alguna lágrima fugaz, recuerdos y melancolías. Hay juegos, carreras y cantos con lengua de trapo. Hay sonrisas que abandonan el medio lado para brindarse de lleno. Hay apuestas por futuros. Hay dos que vienen de camino. Hay simple y llanamente vida.
Hoy tendría que decirle a alguien, que sí , soy un ser privilegiado en origen, pero no es ninguna casualidad que hoy pueda hablar de mujeres estrella.

lunes, 8 de agosto de 2011

Deseos.

Alguien esta noche indirectamente me hizo recordar veranos pasados en la infancia, en la adolescencia, en el tiempo en que una empieza a ser una joven adulta. Asociados a todos aquellos veranos, las noches con baños a la luz de la luna, las risas, las fascinantes luciérnagas, el sonido de los grillos, el olor a madreselva, a tomillo. Las noches de cielos despejados de nuevo, y escribo de nuevo porque esa es la imagen, la fotografía que podría ser en sepia después de los años, que tengo bajo los ojos, pegada a los párpados y ahora proyectada debajo de la frente, desde antes del principio de lo escrito. Entre todas esas noches la de San Lorenzo: las Perseidas y los deseos. Los deseos de entonces no sé dónde habrán ido, tampoco sé si se cumplieron porque la vida era plácida, fácil, despreocupada, y se deseaba por desear, agradecía entonces por pudor que los deseos sean formulados siempre en silencio, de la misma forma que se fraguan ahora, pero con más pudor que entonces. No sé si tenemos un cupo de deseos cumplibles, no sé si ya cubrí el mío.

De momento,


lunes, 1 de agosto de 2011

Cómo puños.

Hay verdades que son un puñetazo directo a la boca del estómago, un cubo de agua helada que despierta de golpe la conciencia y hace que se sacuda, un abrir los ojos para dejar de mirarse el ombligo, una vuelta a la realidad tal como es y no esa que tú deformas a tu gusto.

En el sálvese quién pueda se adueñaron de los chalecos salvavidas y saltaron primero al bote, con estilo casi olímpico, los carentes de empatía. Eres oro en ese salto, ¡qué suene el himno de los egoístas!.

Hay verdades que te nublan la vista, que te dejan doblada, sin aliento, casi sin habla, sin ser capaz de boquear por vergüenza palabras, sabiendo que no son gomas de borrar de nata.

Hay verdades que te dejan esperando el justo (no por certero) golpe de gracia que sería más llevadero que asumir ni estar ni haber estado nunca a la altura.