sábado, 17 de diciembre de 2011

Foto.

Veo una fotografía de algo en lo que tú formas parte, inmediatamente en el cuarto oscuro de mi cabeza aparece otra. Se mantiene fija bajo mi frente, detrás de los párpados donde aún permanece. Es la fotografía de una habitación con vistas que en un tiempo podría haber estado en una ciudad portuaria o ser posible en cualquier sitio que imaginaras. La luz tenue de una farola alumbra la estancia. Penumbra en naranjas-amarillos. Dos siluetas apuran lentamente cada una un cigarrillo. Humo. Silencio. Una de las dos lo rompe para leer, sin saberlo, el pensamiento de la otra silueta. Subtitular el momento. Escribe algo en voz baja-minúscula, suena parecido al principio de la descripción de esta instantánea ( ...podríamos estar en cualquier sitio... consciente, ahora, que eso nunca antes se sintió posible). El asfalto de la calle no es la arena de esa playa imaginada, pero tampoco nunca lo pareció tanto. Reconocerse en calma. Enmudecer después cada vez. Tener ganas de llorar, hacerlo en silencio, no enjugarse las lágrimas. Es verano. La ventana está abierta. Hay ruido en la calle. No canta ninguna sirena. Llegan claramente las voces de otros, los últimos noctámbulos. Carreras, risas, algún grito y también alguien llorando igual que tú unos instantes antes. Sonido de coches que circulan por otra calle. En un determinado momento de la madrugada antes del amanecer la ciudad también duerme igual que una de las siluetas...

Enmudecer.
Enmudecer.
Enmudecer.
Querer retener la voz que acaricia segura y cierta.
Retroceder. Dejarse. Deshabitar la calma.
Desear al asomarme a la ventana volver a observar ilusionada los hipocampos.


El corazón Polaroid, saca una y otra vez instantáneas de esa silueta aprendida. Permanecen, ahí, bajo los párpados rojos.

1 comentario:

  1. Foto de una playa rubia...
    Es lo que me trae esa Polaroid.
    Gracias...
    Victoria.

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Ellas/os también silbaron.