domingo, 20 de abril de 2014

Todo se transforma

Día de descanso. No he hecho nada. Cuando digo nada, no quiero decir nada de nada si no un poco de nada. Hoy sólo tenía ganas de estar en casa. Sola. Dedicándome a mí, porque las últimas semana han sido intranquilas, de cambios, y lo necesitaba.
Conseguí dormir más de ocho horas. Me desperté con los ojos hinchados. Retengo líquidos, también otras muchas cosas; sensaciones, imágenes, ideas, sentimientos, instantes, miedos, dudas, certezas, que por suerte no se acumulan bajo mis párpados. Imagino una marea, las olas rompiendo contra las roca del párpado móvil más inmóvil que nunca, y mientras todo eso pasa yo estoy a por uvas soñando no sé qué. No recuerdo si sueño. También puede ser la cafeína del contorno de ojos milagroso que me aleja de la condición de mapache y me acerca a la de un sapo.
Hablo con L. Me cuenta sus aventuras con la desbrozadora. La vida es apasionante también en lo cotidiano. No sé si afirmo o pregunto.
Me apatece comer verde. Como verde, resistiéndome a la vocecilla de unos gnocchi que me tientan, pero no.
Pongo una lavadora de ropa blanca. Las ropa irradia e ilumina aún más una de las  habitaciónes de esta casa ya de por sí iluminada. Me gusta el olor que desprende  la colada, y este tiempo que hace hoy que amenaza lluvia, pero tampoco. Este sol de primavera.
Me llegan fotos de E. Me invade la ternura. Me llena de amor. Definitivamente tiene el gen G. Es como si el aire tuviera un nuevo componente y al inspirarlo me pusiera blandita y rosa. Soy una esponja de azucar. Me siento bien como hace mucho tiempo no lo hacía. Trato de retener la sensación. La retengo. Ya es mía. Esta sí la guardo debajo del párpado izquierdo.
Vuelvo a hablar con L. La desbrozadora ha muerto. La quiero. También a la desbrozadora por morir.
Me empieza a doler una cadera. Cojeo del salón a la cocina. Me invento, mientras preparo un café descafeinado en la cafetera italiana,  que tengo una antigua herida de guerra que me avisa de los cambios del tiempo, pero no sé dónde ni como fue que sucedió la herida. Tengo sueño otra vez, y poca imaginación. Vuelvo a la cama. Pienso en escribir. No sueño nada. Cuando despierto tengo la misma sensación de bienestar (a pesar de la cadera) de antes. Me imagino arrastrando la pierna de por vida a bordo del Pequod como el Capitán Ahab.
Tengo antojo de torrijas, pero hago tortitas con chocolate. Disfruto comiéndomelas. Mucho.
Escucho música. Anoto un par de películas que quiero ver. Estudio inglés. Ayer aprendí a decir tirita, en más de cuatro idiomas. Los guiris en Madrid están  fatal de los pies.
Me gustaría que estuvieras aquí.
Y así, se ha ido ya el día.
Cada día estoy más convencida que lo que canta Jorge Drexler forma parte de las cosas de la vida que son así. Puede que ahora vuelva la calma. Deseo calma allí donde no la di.

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