jueves, 3 de marzo de 2011

Home sweet home.

Te levantas. Hoy tampoco ha sido necesario el despertador después de una noche en que has visto en la pantalla del móvil dar las dos y media, cuatro y media, seis y media - momento en el que decidiste dejar de mirar la hora - minuto arriba minuto abajo, no mucho más. La sensación es de cansancio y todo un largo día por delante.
Vas al cuarto de baño. Enciendes el radiador. Te lavas la cara. Mientras te cepillas los dientes prefieres no fijarte en la imagen que devuelve el espejo, piensas que a este paso en breve será posible que un puño quepa en el oscuro socavón que empieza a parecer la ojera derecha, o que aniden las golondrinas o una colonia de murciélagos, o que estés mutando a mapache, o que en otra vida hayas sido jugador de fútbol americano y aparezca como un estigma bajo tus ojos la pintura negra para evitar ser deslumbrada. Desbebes. Sales del cuarto de baño.
Abres la ventana del salón, sin abrir la contraventana, a esta hora aún no hay suficiente luz en la calle, vives en una planta baja y con la luz artificial sería como estar en un escaparate, el cambio de temperatura en la habitación advierte que hoy también hará frío.
Te diriges a la cocina, sacas la botella de leche de la nevera, desayunas siempre un nesquick frío, eso cuando hay suerte y dispones de los dos ingredientes, a esta hora eres incapaz de ingerir sólido, eso sí esperarás un poco a que le leche se atempere.
Vuelves al salón. Enciendes el primer cigarro del día, piensas que antes este gesto esperaba hasta el mediodía. Conectas el portátil. Te sientas en frente de la pantalla, siempre te levantas con tiempo de sobra, te gusta no empezar la mañana con prisas, abres un par de cuentas de correo, esta dirección, y una cuarta pestaña con la página de un periódico de tirada nacional. Echas una mirada alrededor. Papeles, facturas, extractos, carpetas verdes, post-it naranjas y archivadores repartidos por toda la estancia, como si hubieran sido llovidos, varios vasos y una jarra encima de la mesa baja, un par de zapatillas, unos zapatos que nunca llegan al zapatero debajo de la misma mesa, una botella de Coca-cola en el suelo, un abrigo, un pañuelo para el cuello que desconocen la palabra perchero sobre una silla, por no hablar de las cajas que llevan apiladas meses en la entrada. Llevas un rato pensando que ese desorden que te rodea solo trae más desorden interno y es reflejo del mismo.
Te cuesta disimular que te disgusta, más cuando vuelves a la cocina que habías dejado recogida la noche anterior, farfullas como últimamente todas las mañanas, sabes que es una batalla perdida, así que comienzas con las tareas propias de tu sexo que paradojas de la vida coincide con el de quien llovió todo eso. Los objetos personales que llevas encima o utilizas a diario están perfectamente ordenados, en su sitio, como te gusta, como esperas que algún día no muy lejano lo vuelva a estar todo. Qué ya no sabes si eres madre o esposa. Es el momento de darse esa ducha para quitarse la noche y ese pensamiento de encima, ¿y dejar de ser cuadrada?.

4 comentarios:

  1. agradable entrada y para mi gusto muy bien definida.
    maravillosas noches de insomnio........
    un saludo
    nieves

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué haríamos sin ellas, Nieves!;).Uhm...¿Dormir como niñas chicas?.
    Gracias por el comment:).
    Saludos!

    ResponderEliminar
  3. a veces el desorden también implica creatividad, eso al menos me digo yo para consolarme.. a veces me dan accesos de orden, pero duran poco.. gracias por tu visita...

    ResponderEliminar
  4. Ico, eso mismo pienso yo a veces, como para justificarlo. Fíjate que a mí nunca me dan accesos de desorden,... Creatividad cero me temo...
    Gracias por pasarte Ico :)

    ResponderEliminar

Ellas/os también silbaron.