viernes, 1 de febrero de 2013

El último que apague la luz.


Ya he hecho la mudanza. Los enseres han ido de avanzadilla. La casa, esta casa, se ha quedado casi vacía apenas lo básico para vivir. Me siento aquí en el sillón beige ( en el que apenas me he sentado o tumbado el tiempo que he vivido sola), miro alrededor y ya no reconozco este espacio como mi casa. Ni mucho menos como la casa que un día no habité solo yo. Es extraña, muy extraña la sensación. Extraña y liberadora.
De ayer a hoy he aprendido que los muebles abrigan. Hace más frío aquí que antes de ayer, por ejemplo. La casa tarda más tiempo en calentarse, eso sin que las temperaturas en el exterior hayan variado. Pienso si no será un poco el frío que, a veces, cuando repaso cómo ha transcurrido el último año y algo más de tiempo antes de ese último año, siento. Si lo hubiera sabido. Si yo lo hubiera sabido, habría decidido esto antes, pero se han dado las circunstancias ahora. En eso ya no hay marcha atrás. Lo siento enormemente.

Estoy optimista, pese a que el panorama pinta más bien gris. No diré negro, ya he dicho que estoy optimista. Estoy también impaciente, pero eso no lo noto hasta que llego a la cama. Allí sola con los tapones de goma espuma puestos (marca Moldex. Los recomiendo) escucho con claridad todo y cada uno de los pensamientos, que con frecuencia se pisan. Se quitan la palabra. Un jaleo. 
Impaciente porque tengo la sensación de que es ahora, en este momento cuando tendría que hacer algo grande (bueno, grande a mi medida) que es momento de darle el giro a la vida. Si lo dejo pasar es posible que no vuelva a haber otro momento como este. Recuerdo entonces a mi jefa de Barcelona. Es la única jefa que he tenido. La mejor de entre todos los jefes que he conocido. Una mujer emprendedora, luchadora, innovadora, trabajadora, justa, creativa,  con una mano izquierda envidiable, que además valoraba tu trabajo y te lo hacía saber. No como esta panda de jefes balbuceadores lloricas, que se quejan de que ha bajado la facturación, pero no hacen nada, absolutamente nada más que mal comprar artículos que les caducan (porque a ver quién tiene huevos de vender una crema de la marca "Nisu" - mal presentada - a un precio desorbitado) subir los precios de todo lo que pueden de una manera casi directamente proporcional a la bajada de la facturación y metérsela, con eso, doblada al cliente a la mínima de cambio. Para que vuelvan, sí. Lo que se dice hacer clientela. Ni una sola idea ni la humildad de escuchar las que tú puedas tener. Por mí, seguid llorando. Bueno, pues cuando me fui de allí, me dijo, entre otras muchas cosas que realmente me emocionaron, igual que lo estaba ella : "s, a ti no te gusta trabajar en esto. Es tu momento, aprovéchalo. Encauza tu vida laboral por otros derroteros. Hazlo, por favor." Entonces pensé que lo haría, pero yo ya me había enamorado de nuevo y la vida transcurrió detrás de ese alguien. No me arrepiento. Lo volvería a hacer, en ese momento. Tal vez no, ahora. Es posible que sea triste pensar que no volvería a irme detrás de nadie. Es posible. Pero con el tiempo las decisiones son más meditadas, porque preocupa pensar en repetir de nuevo historias ( en mi caso ya llevo dos muy similares - repetimos patrones - con las consiguientes idas y venidas) y tener que empezar de nuevo. Empezar de cero.

Tengo muchos sueños, que creo son alzanzables. Soy una soñadora realista (terrenal) conocedora de mis capacidades. Si me dejo ir mucho mucho, me doy un alto y me digo: " Los pies a tierra.". Ahora, cuando lo digo, el eco de la casa desnuda me devuelve mis palabras; las oigo por dos veces. Tengo que confesar que son muchas las veces en que hago trabajar al eco, porque sueño, sueño mucho, a pesar de todo.

No solo sueño. Me dan pena también muchas cosas. No me olvido ni un solo día del tiempo reciente, ni de quien ha estado. Tenía razón en todo. En toda y cada una de las cosas que me dijo. En toda y cada una de las cosas que veía desde fuera. En todo y cada uno de los consejos que me dio, y yo no tomé porque no veía más allá de lo que no veía. Me da mucha pena eso, porque la historia podía haber sido otra.

La última vez que estuve en Madrid  Y. me recordó algo que le he dicho en más de una ocasión, con respecto a las relaciones de pareja. "Las historias terminan mal o no terminan" No me refiero con esto al hecho de poner fin a una relación en el plano físico; al me han dejado o he dejado, no. Y que la cosa quede ahí. Me refiero a  todo lo que puede venir después de eso. A cuando en vez de pasar el duelo de lo que terminó cada una por su lado: poner distancia, dejar que pase el tiempo, y luego ya, si eso, nos retomamos de otra manera. Pues lo que te encuentras es casi en tu propio funeral. Hablo de "el enganche" a: las culpas que vierten encima tuya, a la responsabilidad sobre el devenir de la otra persona, al chantaje emocional, a los desbarres, a dar pie a que todo eso te caiga encima como una losa y pensar que es lo que mereces por haber dejado de querer a alguien. Hablo de que para terminar con todo eso, con toda esa locura oligolérdica a la que como una idiota has dado cabida en tu vida, usando como excusa el: nos hemos querido, esto no puede terminar así o no es real es el dolor, no he compartido todo este tiempo con una desconocida, vamos a ser civilizados, y un largo etcétera.  Se hace estrictamente necesario que, por desgracia, el funeral no sea solo tuyo, aunque vayan a cargo de la misma persona los dos desamorcidios.

Disfruto de mis últimos días aquí, ahora que por fin ya está casi todo resuelto. Hago cosas que no había hecho antes, como salir todas las mañanas a caminar por el Paseo Fluvial. Es bonito. El río, los tres puentes, el sol de cara a la ida, respirar hondo. Sentirse viva. La tranquilidad. Sobre todo la tranquilidad de ir ligera de equipaje.




3 comentarios:

  1. Buen viaje, silbante. Buen paseo. Buena etapa nueva. Buena suerte...

    :D Besos.

    ResponderEliminar
  2. Yo no te amo así. David Trueba.

    "No nos han enseñado a querer, nos han enseñado a que nos quieran. Nos han enseñado a sentir el estremecimiento del amor correspondido. Pero no nos han enseñado a ser rechazados, a ver languidecer el amor. Que una persona te quiera o te desee te llena de una energía tan potente que te transforma en otra persona más poderosa, más plena, más radiante. Es lógico que cuando ese amor termina, sufras una bofetada brutal en tu autoestima, proporcional a la euforia anterior. El desamor no es sólo una íntima derrota, es a veces también una puñalada en el orgullo, un fracaso social. Por eso los que escriben por las paredes “te quiero Mari Paz” no están dispuestos a escribir un día: “Mari Paz ya no me quiere”. Por eso los acomplejados, los torturados, los psicóticos, los frustrados pretenden que el ser amado tiene que corresponderte. Les parece justo. Pero el amor de verdad no está escrito con ese argumento. El amor tiene altos y bajos, tiene llegadas y partidas, futuro y pasado.
    Saber amar es saber aceptar el adiós, entender la caducidad de las pasiones, como todos los instintos humanos tan pasajeros, caprichosos y deliciosamente sometidos a las leyes de la gravedad. Nadie se atreve a empezar una relación amorosa reconociendo que igual que comienza un día puede terminar. Con la misma irreductible pulsión. Y que los sentimientos entre dos personas no pueden ser sincrónicos a toda hora. Te querré siempre no puede convertirse en una sentencia de muerte. Yo no te quiero así, tendría que ser la frase de un buen amante. Yo te quiero con la larga sombra del desamor que apunta allá, detrás de la pasión, la convivencia y la complicidad. Los hombres y las mujeres somos unos seres frágiles e inestables a los que a veces el amor nos exalta y nos convierte en fuertes y serenos. De ahí el miedo a perderlo todo. El miedo a volver a ser lo que éramos antes de que unos ojos amados nos miraran con amor. La ruptura proporciona el momento perfecto para demostrar al otro la calidad de un amor, que el respeto puede más que el dolor."

    Sé que es un comentario largo pero verás... cuando leí tu entrada anterior, recordé este artículo del 2009. Yo en aquel momento también andaba "de mudanza". Lo leí y lo alma-cené para siempre en mi biblioteca particular.
    Buen camino.
    :)
    Besos.

    ResponderEliminar
  3. - sparkling: Muchas muchas gracias. Los dedos ya no cruzados, si no echos lazos, por si pudiera servir de algo. !Allá voy! :)
    Un beso grande.

    - Victoria: Busco con avidez las columnas de David Trueba en El País. No entiendo que estén en la sección "Televisión". Este hombre siempre siempre habla de otras que están más allá de cualquier caja tonta. Soy fana. Me gusta. Me gusta mucho.
    Tampoco estoy muy segura de que "nos hayan enseñado que nos quieran".Para dejarnos querer tendríamos que desposeernos de todo, desnudarnos y tener la capacidad de mostrarnos tal y como somos ante los ojos del amante. Eso incluye las miserias que llevamos tapando tanta tiempo.Tarea complicada.Casi de desenterrador.
    Y sí con frecuencia la mirada del amante nos convierte en alguien mejor que, con frecuencia, sabemos que no somos. Al menos no en todo. Tal vez en lo que quisiéramos ser. Sería bonito llegar a ser un día todo eso que el amante ve en nosotros. ¿Acaso no es posible enamorarse de la imagen que el amante proyecta de nosotras?
    Muchas gracias por el texto. Yo también lo guardo. :)
    Muchos besos, Victoria.

    ResponderEliminar

Ellas/os también silbaron.