Cuando mi padre estuvo ingresado,
tumbado en aquella cama de la que nunca
volvió a levantarse, y le preguntábamos, si le dolía algo. Él respondía:
-
El alma –
y sonreía de medio lado.
Y como si no hubiera dicho nada,
como si no se hubiera detenido el tiempo y nuestras caras no hubieran sido en
la vida más máscara que entonces y nosotras siempre actrices porque él no sabía
realmente (aunque lo debió pensar,
seguro) lo extendida que estaba la enfermedad (no puedo contar la cantidad de
veces que he pensado si es más inhumando que humano ocultarle a alguien algo
como que se está muriendo, no quiero pensarlo), pues como si no hubiera
dicho nada, hacía el gesto de llevarse a
los labios lo que nosotras pensábamos
debía tomar por un cigarro, que no existía más que en su mente (un efecto
secundario de la medicación), encenderlo, dar una calada, aspirar y expeler el humo mientras dirigía su mirada a
la ventana. A ese cielo azul de finales de verano. Después extendía el brazo por encima de las
barras de seguridad de la cama, y daba un par de golpecitos en el aire con el
dedo índice para deshacerse de la ceniza. Entonces, cuando le preguntábamos qué hacía. Él
respondía:
- Me estoy fumando un puro con
Fidel Castro - y se reía.
Me acuerdo mucho de mi padre.
No sé qué es que te duela el
alma. No uso de eso. He vendido la mía a
toda y cada una de las cosas en que he dejado de creer. No sé cómo le dolía a
él. Cuando me acuerdo de mi padre solo
me vienen a la cabeza buenos recuerdos, como si todo lo no tan bueno que hubo
atrás se hubiera diluido con el tiempo. He olvidado la sensación de pánico al
escuchar el sonido de la llave en la cerradura y la urgencia imperiosa de salir
corriendo, por ejemplo. Es entonces
cuando pienso de qué material estamos hechos porque somos capaces de enterrar
parte de lo que nos atormentó o que nos hizo sufrir, que forjó un carácter que de haber sido otras las vivencias sería totalmente distinto.
Es entonces cuando pienso que hay muchas cosas que he olvidado no solo de él,
de otra gente, y otras muchas que no olvido pese a que debería, que me siguen atormentando. Muchos días.
Todos los días.
No sé qué es que te duela el
alma, aunque conozco la sensación de
haber sido vaciada poco a poco, como con
unas pinzas de esas con las que se hacen bolas de helado, como en una tortura
china pero sin conciencia, y darme cuenta de golpe. Mientras se me estaba yendo
todo en cada hueco esférico. Hueco a hueco.
Sueño a sueño. Ilusión sin ilusión. Pellizcos metálicos en la boca del
estómago, en la conciencia que es lo único de lo que no nos libramos, debajo de
las costillas, en las cuencas de los ojos (la bola de helado perfecta). Helados amargos. Helados de laranja, limón, cola, cerveza, agua. Laranja, limón, cola, cerveza, aguaaa. Venga María, qué me los quitan de las manos.
Mi amiga Y siempre dice: “Hay
quien somos infieles por naturaleza”. Lo dice así en plural cuando se refiere a
ella, para que quede todo repartido, y
porque yo también lo he sido en el pasado, física y emocionalmente. En
alguna ocasión. Más de una. Lo sigo siendo a cada una de las pocas cosas en las
que aún creo. Ella lo dice como si no pudiéramos hacer nada para no volver a serlo.
Es cómodo supongo pensarlo así. Lo dice como quien dice: “Somos así que
apechugue el resto”. Pienso que no somos nada por naturaleza. No
hay ninguna forma de actuar que si queremos no podamos cambiar, pero eso es
solo un pensamiento. Somos en lo que nos hemos convertido o nos hemos
convertido en lo que somos. Los pensamientos no valen para nada si no
concuerdan con los actos. Mi práctica es bien distinta, porque no tengo recursos
ahora, que es como decir de nuevo: “Soy
así que apechugue el resto”. Que es como decir que yo también me fumo todos
esos pensamientos que quedan reducidos a cenizas, y eso también es un efecto
secundario de algo.
Se podría decir que yo por naturaleza
no sé querer. No sé hacerlo en el modo en que tú lo haces, y eso como todas las
cosas también se podría cambiar si no fuera porque el corazón es una heladera. Vacía ahora, que no sabe qué quiere. Siempre he sabido qué quería. No saberlo hace que me sienta más perdida que nunca. Y ahora toca
no saber. Perderme. Pérdidas. Hoy es una cosa y mañana otra. Vacío. Lleno. Vacío. Lleno. Arriba.
Abajo. Arriba. Abajo. Barrio Sésamo. No sabemos qué toca hoy o que tocará
mañana. Qué toca en este minuto o en el siguiente hasta que es. Qué le ponga
nombre a esto quién sepa, porque yo no tengo ni puta idea.
Llegó el calor definitivamente,
de esto no nos libra nadie ya. Comienzan a salir las cucarachas, de esto
tampoco nos libra nadie que no seamos nosotros.
El Casco Antiguo de esta ciudad está sobre un sistema de alcantarillado
nefasto, como hay muchas casas antiguas sin cimientos, no se puede hacer nada,
que no cueste un pastón, sin que se derrumben todas esas casas, así que se
limitan a fumigar de tanto en tanto. Da
igual que vivas en un bajo de un edificio rehabilitado que antiguamente fue un
convento como en mi caso, que en una de esas casas medio derruidas por las que
no se soluciona el problema, que en el cuarto piso de un edificio de reciente construcción. Da
igual. Las cucarachas antes o después acaban apareciendo y pese a
mi fobia, yo me siento un poco ellas, como si buscase el sitio más oscuro al que pudiera llegar. He comprado un producto que se llama
“Matón” lo he echado por toda la casa. Tiene un efecto residual que dura un
año. Sé que las cosas no son tan fáciles como con ellas. Un puto spray. Un poco
de mal olor unos días, pero se ventila y
no pasa nada. Todo solucionado. La fobia a las cucarachas se llama Blatofobia.
Curiosamente comienza por b. Y con b baja ventilar. Pues
eso.
Falete -
¿B baja?
ResponderEliminarAqui sale tu paso por algunas tierras de nuestra geografía, ¿eh?
:)
Bonitos secretos, los que has contado hoy.
Un beso.
Se me ocurre que te fuese un puro al aire y tires la ceniza dónde te dé la gana....total, al final siempre dá igual y si no dá...cómo si diese.
ResponderEliminarSaludos
Nieves
No es fuese, es fumasesssssssssss...
ResponderEliminarSaludos
Nieves
Un beso, Silbante
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