Andaba en la cueva el sábado pasado por la tarde con más pena que gloria no como es habitual, si no con más pena aún y menos gloria todavía, consecuencia entre otras cosas de una resaca de manual, fraguada a conciencia la noche anterior, una de esas noches que ultimamente prolongo hasta que dejan de ser, hasta que amanece, a sabiendas de cómo será el día posterior, a sabiendas de que seré más consciente que nunca de la existencia de mi cabeza, mi estómago y sin suerte también del corazón ese que trato de ahogar sin ningún éxito, a sabiendas pese a todo eso de que para volver a casa necesito estar anestesiada para que no duela nada en este momento.
Andaba irascible, peleándome esa tarde en especial: con el idioma portugués, con la tranquilidad que caracteriza a los habitantes del país vecino, con esa educación que les acompaña - es imposible sacarles de sus casillas y mira que lo intenté - no en vano se dice por aquí: "Eres más cumplido que un portugués", atendiendo o quitándome de en medio al personal que se dejaba - que era poco - rápido, con la única intención de poder sentarme porque en posición erguida mi cansancio era infinito, porque cansada no soy precisamente un pozo de simpatía, porque con sueño soy presa fácil del mal humor y la impaciencia, porque los zuecos de plástico tan ligeros siempre me parecían esa tarde los zapatos de plataforma dignos de una mega Drag queen y la bata una camisa de fuerzas.
Andaba pues en esas, intentando precisamente andar lo menos posible y en los los ratos que lo conseguí, sentada, conectada a internet: mirando vídeos en youtube, fotos de playas en lugares remotos, visitando virtualmente Islas del Pacífico y del Índico para que se me pusieran los dientes largos o para que no se me cayera la cueva encima, buscando alojamiento para este verano, información sobre escuelas de buceo, pisos en alquiler sin tener claro dónde, - cuando digo dónde me refiero a no saber ni en qué ciudad - , leyendo el periódico, con el chat de facebook conectado y la televisión de fondo . Sí, lo sé, no es precisamente el mío un trabajo agotador.
Hora del telediario de las 21:00: la noticia de la muerte de la Winehouse, los sucesos en Noruega, el resto me pasó desapercibido, después comenzaron con esas noticias o informaciones distendidas, en ese momento se produjo la gran revelación. No sé muy bien sobre qué pretendían informar, pero subí el volumen y alcé la cabeza para fijar la vista en la pantalla del televisor: un chico de unos veinte años largos, vestido con una camiseta blanca de manga corta, con gafas de sol, la piel tostada, de cintura para abajo le supongo un bañador porque la imagen que emitían era la de un busto parlante que contestaba unas preguntas relacionadas con el verano y debajo de su imagen en amarillo, ahí estaba; veraneante. Me hizo gracia, hasta sonreí de lado, al tiempo que me dio mucha envidia, no sé qué más si lo primero o lo segundo, pensé que me encantaría sustituir mi nombre, apellidos, profesión, estado civil, sexo, todos esos datos y cualquier otro por esa palabra, todo el año, siempre. Estoy buscando cuáles serían las palabras equivalentes a ser lo que quiero ser el resto de las estaciones: primaverante, inviernante, otoñante aunque me debato entre esas palabras inventadas o ser siempre, solo y simplemente veraneante, porque me gusta la palabra en sí, cómo suena, porque también me gusta su significado o precisamente por él, y por la actitud de despreocupación ante la vida que debe conllevar serlo siempre.
Creo tener verdadera vocación para la actitud que implica, pero no acompañan las circunstancias, así que me tendré que quedar por ahora con cumplir a rajatabla con el significado literal de la palabra. Algo es algo.