Tengo insomnio. Entonces, ha habido un momento en que creo que hubiera sido capaz de dormirme, pero la vecina de arriba ha llegado con sus tacones trocotró trocotró trocotró, como un caballo percherón, al trote. No sabéis cuánto mal hacéis con los tacones a las 4:45 am. Debía venir orinándose viva, porque después del trote he sido transportada de sopetón, sin coger lo mínimo ni el cepillo de dientes, a Venezuela, al mismísimo Salto del Ángel me ha llevado el sonido de la cisterna. Todo muy bien. Muy pladur. Muy terrenal.
Tengo insomnio y estoy nerviosa. Me vendría muy bien un masaje en la cabeza, que también me duele. Pienso en unas manos grandes, firmes, fuertes, pero delicadas al tacto y al contacto sin caer en lo meloso. No me gustan las manos pequeñas ni blandas ni con uñas largas ni con dedos cortos ni descuidadas ni sudorosas. Pienso en unas manos. Unas. Dos, en concreto.
Tengo fantasías con alguien. Me invento su vida y la mía. Y todo es perfecto, porque para el resto ya está la realidad.
Tengo antojo de Pásteis de nata. Creo que es un poco mi ello, que diría Freud.