Me encanta comer sandía mientras llueve. Lo he descubierto hoy. El olor a tierra mojada, el sonido de las gotas contra el suelo, el contraste de colores; la pulpa roja sobre el plato blanco y después, ese sabor ligeramente dulce y tan refrescante en la boca. Me he sentido bien. Son cosas pequeñas las que me hacen sentirme así últimamente. No son muchas las que lo hacen, pero sí que de tan insignificantes me pillan por sorpresa.
Me he hecho a vivir con lo justo. Descubriendo de cuantas cosas puedo prescindir: cuántas me son innecesarias y cuáles son imprescindibles. No ha sido por gusto. No es que de golpe profese la austeridad como medio para llegar a otros planos superiores en los que esté por encima del bien y del mal. Es que la vida viene así. La obsolescencia de los pequeños electrodomésticos parece ser que estaba programada para la misma fecha. Así que no tengo televisor, ni secador, y he tenido que comprar otra plancha porque para mí eso forma parte de las cosas que son imprescindibles. Ya ves. Antes muerta que arrugada.
Empiezo a pensar en mí más que en nadie, a excepción de en mi familia. Al fin y al cabo soy lo único que tengo (el resto es todo como prestado y transitorio) y me tengo que durar mucho, aunque a veces no me aguante. Así que tendré que llegar a la mejor versión de mí. Y en eso estoy.
Ayer estuve en casa de C., celebrando un multicumpleaños. El de A., J., y L., que cumplían o han cumplido este mes 6, 39 y 41 años, respectivamente. Me pregunto qué es lo que hace que E., C., y T. (mis hermanas) lleven con sus parejas que son unos hombres maravillosos 7, 12 y 13 años. Les pregunté también a ellas. Me hablaban de momentos complicados también en sus relaciones y de las expectativas que se pone en alguien, de si es posible que las mías hayan sido muchas. Creo que no es nada de eso, pero aún estoy por encontrar respuestas. Mi cuñado A., me habla de momentos, de que ahora lo veo todo así porque puedo no estar en uno bueno, pero que los buenos llegarán y veré las cosas claras. Yo le creo porque quiero creerle, porque me va bien hacerlo y porque nada es para siempre. Eso último, cada vez, lo tengo más que claro.
Aprendo, porque los niños me enseñan, los nombres de los personajes de los dibujos animados de ahora y algunas de las canciones de esos mismos dibujos. Esta (perdón por el pegote ahí en medio, pero he sido incapaz de reducirlo a la barrita de youtube) me hace mucha gracia porque le pongo cara y música a la que yo llevo. Así, me río de mí y de la mochila. No así de mi conciencia ni de que no haya nada en la mochila para nadie.
Sigue lloviendo. Caen las gotas de lluvia con una cadencia lenta, con cuidado, con delicadeza. Como siempre tendrían que ser todas las cosas. Como siempre tendríamos que hacerlas. Se ha quedado una tarde otoñal. Me gusta. La calle está así, tranquila y desierta. Como a la espera de que algo grande ocurra. Como a punto de que alguien emprenda un viaje en ese coche. Igual que yo, hacia mi interior.
Hoy he leído que mañana Venus entra en mi signo. Miedo me da. De verdad, por ahora que se quede en la puerta.
Me gusta esta canción y bailar. Bailarla. Me gusta mucho bailar (otro de mis imprescindibles). Bailar sola como si no hubiera mañana, porque nunca se sabe. Y poco más.