martes, 29 de enero de 2013

G.

Dice G. que no me tengo que culpar por las cosas. También dice que somos buenas personas. Cuando le escucho decir esto último pienso que él sí lo es, de las mejores que he conocido. Hablamos de la gente a la que sin querer hemos hecho daño. Mientras me insta a probar la morcilla mondonga (sobre la que me instruye, pero me niego) que nos han puesto de aperitivo, y nos preparamos para meternos entre pecho y espalda media Torta de la Serena, una ración de jamón de cerdos criados en la Dehesa Extremeña (que es maravillosa; la Dehesa y la ración), y  un revuelto de criadillas de campo. No culpables, no,  pero sí responsables de no haber hecho las cosas bien.
Hablamos de las grandes cagadas de la humanidad que son las nuestras; las de los últimos tiempos. Hablamos de qué distintos saben los huevos que me dio el otro día; los trajo de su pueblo. Hablamos de una expresión de su pueblo "comer de sequillo". Le cuento cómo entendí cuando vine al Oeste por qué mi padre decía, en Madrid, que los tomates no sabían a tomate.  Hablamos de: el Museo Vostell,  Bdsm, erotismo, porno, los sueños que tenemos, su plaza en la Seguridad Social, de hablar solos y si todos los que viven solos lo hacen como nosotros o más o menos,  de con cuánto se puede vivir en esta ciudad,  lo mal pagado que están los Ats,  mi mudanza, disfraces, libros, dónde ir a bailar hoy que no hay nadie,  los tuareg,  planes de pensiones, amantes, la timidez, su foto de comunión que me enseñó hoy, como terminar de decorar su casa y si el mueble que vimos el otro día quedaría bien, del amor, del desamor, amigos comunes, de que venga a verme con frecuencia, del ambiente y lo atractivo que le ha parecido el presidente de mi comunidad,  de viajar, de "El Principio de mediocridad",  las elecciones y lo que dejamos de vivir por ellas, de la posibilidad de tener un álter ego que viviera eso otro que al elegir descartamos, de todas las vidas posibles, de que está contento con la suya.  Hablamos sobre alguien que se acaba de acercar para decirle que le quiere hacer un retrato, pero "que se vea piel".  Le cuento una anécdota sobre el "papo seco" que es un tipo de pan que hay por aquí. Le cuento cómo entró un día una niña de unos 7 años en la cueva y me pidió  un papo seco. La cara que se me quedó que no era menos desencajada o de apuro que la de la niña, hasta que me vino a la cabeza que era un pan, y la envié a la panadería.
Hablamos de que si nos envían a la mismísima mierda y no quieren volver a saber nada en su vida de nosotros tienen razón.  No es que seamos culpables de eso si no responsables con lo hecho u omitido de que así sea. Hablamos de ese tipo de bloqueo de no poder. No ser capaz, como si tuvieras las compuertas de una presa cerradas en la garganta, a la altura del cuello justo por debajo del hioides, y todo eso bullendo dentro y que parezca que no bulle nada. (Asombroso). No porque nadie quiera aparentar que no bulle, si no porque hay un montón de sentimientos que no se es capaz de verbalizar al menos no como son. Al menos no como se sienten. Al menos de ninguna manera. Ahí se quedan. Hablamos de todas mis miserias que son muchas últimamente. Hablamos de la falta de una educación sentimental, de clases de gestión de los afectos y desafectos como materia obligatoria. Pienso en lo sencillo que es hablar con él de todo, sobre todo. Sin que él juzgue. Claro, que no somos objetivos y nos lo perdonamos todo. Aunque yo le insista en que hay cosas que no son perdonables por otros. Todas esas cosas que él también sabe. Entonces él se queda pensando, me mira a los ojos con una mirada que sale de lo más profundo ( o de las cañas o el vino) y me dice "no te culpes",  a pesar de todo. No es objetivo en ese momento, tampoco lo será mañana. Hablamos de muchas muchísimas cosas más de: la frustración, la incapacidad, la pena, el vacío, esa sensación de no saber querer, de mi predominante gen masculino (del que me ha hablado más de una novia) que me hace salir corriendo cuando hay problemas, de empezar de cero otra vez, de no arrepentirse de lo vivido pese a todo.  Le voy a echar mucho de menos. A mí no es que no se me vaya a olvidar esta ciudad es que no se me va a olvidar él. Le digo que le quiero mucho ( pienso que hace tiempo que no se lo decía) . Le digo todo lo que le voy a echar de menos. Él no es capaz de imaginarlo, como no es capaz de imaginarlo por no abarcable, de tanto que va a ser, nadie.  Entonces me abraza fuerte, y mis ojos se llenan de lágrimas porque aunque nos tocamos mucho siempre cuando estamos, su abrazo me inunda de ternura. Podría empezar a llorar y no parar nunca, pero él afloja el abrazo me mira a los ojos, lleva sus manos a mi cara y  me enjuga las lágrimas con sus dedos tiernos al tiempo que dice algo que me hace reír. Y seguimos hablando...

miércoles, 23 de enero de 2013

Insomnia

Ultimamente pienso mucho (como estoy ociosa, pues claro... pero solo laboralmente ¿eh?, que soy un hacha empaquetando una casa) en cuántas relaciones iniciaríamos si nos conociéramos primero en el desamor. No en el desamor con terceros. No en el desamor con quien estuvo antes de ti o de mí, aunque eso también aporta una información que no tiene desperdicio. Como las lesbianas somos las únicas dentro de la especie humana que nos podemos tirar horas y horas hablando con la pareja actual de la pareja anterior (somos como el eslabón perdido en ese sentido. Sobra información, casi siempre) pues hay que aprovechar, y  no perder detalle de lo que nos cuentan de relaciones anteriores porque, por desgracia, a estas alturas de la película, cambiar lo que se dice cambiar, no cambiamos. No me gusta que me hablen mal del pasado o de las pasadas, con mucho rencor o con odio o con desprecio o con falta de respeto, pero ni amigos ni posibles conquistas. Me saltan un poco las alarmas porque tendemos a repetir pautas de comportamiento. Si tú, un día, hablas con desdén, incluso con asco de alguien que fue en algún momento importante en tu vida seguramente lo hagas también de mí (entonces no superaremos el desamor y no podremos enamorarnos. Fin de la historia). Hablo del desamor entre el proyecto par que seríamos tú y  yo, después, en el caso de superar esa etapa. Luego ya, si eso, si tenemos un desamor bonito y conseguimos superarlo y tal, pues ya nos enamoramos conscientemente. Lo pienso, y con sinceridad pocas, muy pocas relaciones hubiera comenzado en mi caso. Tan pocas como, ¿una? o tal vez ¿dos? Bueno, también puedes vivir, para empezar, un desamor esquizoide. Partir peras de nuevo porque ni de coña te vas a enamorar. No verte una temporadita (tanta como un año. El duelo, ya se sabe) que el tiempo todo lo cura, y recuperar la amistad. Si nos saltamos lo de esquizoide, por la recuperación de la amistad posterior-anterior (aquí me hago un lío) aumentaría el número de relaciones que volvería a empezar, pero no serían todas las que he tenido ni de lejos. Pero sería muy clarificador este mundo al revés, con respecto a quién y cómo es realmente, la persona con quien queremos estar, de la que nos hemos desenamorado para luego enamorarnos o no. No me vale que me digan que el dolor nos puede cegar que: la pérdida, la tristeza, la frustración, las expectativas o los sueños rotos, en definitiva lo que no será, nos puede llevar a decir o hacer algo que jamás hubiéramos pensado que diríamos o haríamos. No. No me vale. Y no nos valdría a ninguna en ese mundo del corazón del revés.

Y nada que tengo ganas de empezar de nuevo, eso que a estas alturas debo ser la única que confíe en mí.
¡Ahm!, y que cuando vuelva a Madrid de allí no me menea ni un desamor desenfrenado. ¡Digo!

lunes, 7 de enero de 2013

La Profecía de las Pastillas Flota.

La anterior vez que compré pastillas para el lavavajillas pensé que esas iban a ser las últimas que compraría para hacerlas servir allí. Que antes de que se acabaran iba a estar de vuelta. Es ese tipo de pensamiento que una tiene con frecuencia, al que dota de una profundidad abisal relacionándolo con algo tan serio como esto. Que tu vida depende de unas pastillas, vamos . El caso es que eso pensaba,  cada vez que abría el armario de debajo de la pila de la cocina, metía la mano en la caja y sacaba una, para a continuación ponerla en el cajetín del lavavajillas donde terminaría su corta, pero útil vida. Dos días antes pensándolo mucho (porque tenía la intuición de que esto no iba a ser como lo de los Mayas, las pastillas de lavavajillas nunca fallan) compré en Esperanza una nueva caja, cuando llegué a casa al sustituir la caja antigua por la nueva observé que el último vistazo rápido me había engañado y que aún quedaban tres. ¡Tres! ¡Trees! ¡Treees! Pensé que me había precipitado en la compra, con qué facilidad me había olvidado del presentimiento profético. ¡Cómo podía haber sido! Tenía que haber esperado. Haber esperado. Dos días después se cumplió la profecía. Once días después de esos dos últimos, juro que nunca nunca volveré a perder la fe en las pastillas del lavavajillas y las cosas que me cuentan aunque todavía quedan dos.
Por lo demás, he borrado todas las alarmas del móvil. Especialmente gratificante ver desaparecer en el limbo de las cosas que se borran la denominada "Martirio mañanero" de los sábados y el "Supermartiiirio mañanero" de los domingos. Muy a mi pesar continúo no durmiendo bien, despertándome antes de lo que quisiera por alguna pesadilla e intranquila. Sueño mucho. Recurrente en este último tiempo el no haber terminado la carrera. (Algo querrá decir, ya se lo preguntaré a las pastillas) Después de cuatro años he podido disfrutar de un Día de Reyes sin trabajar, roscón incluido. Me he vuelto (por las circunstancias) fumadora de exteriores o al aire libre. ¡Supersana! Ma-to por fumarme un cigarro en el interior de cualquier sitio, a poder ser repanchingada en cualquier sillón, sofá, mecedora o sentada menos comodamente en una butaca, silla, taburete, o tirada en el suelo, o haciendo el pino puente, o a la pata coja sin pasar frío ¡Dónde sea!
Y menos que más eso es todo.
Flota 9 en 1.